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31 ene 2016

Un relato sobre el coraje indígena en el Nudo de Paramillo



Por Cristina Esguerra
- “Ese día fui testigo de cómo los Embera imponían su autoridad sobre la guerrilla, a pesar de la evidente diferencia de fuerzas –cuenta el director del Parque Nacional natural Paramillo-. Ahí me di cuenta de que había mucho trabajo por hacer y que era posible hacerlo”.
Antonio Martínez, director del Parque Nacional Natural Paramillo, que se extiende por vastas zonas de Córdoba y Antioquia, no se va de este paraíso natural a pesar de la crudeza de la guerra que desde hace 60 años vive el territorio del río Sinú. Martínez llegó al parque en 1996 y en su primer recorrido por el área protegida, ubicada en el extremo norte de la cordillera Occidental, se enamoró del tapete de árboles de verdes de todos los colores y del agua esmeralda que cae por las cascadas.

“Cuando uno ve semejante maravilla dice: aquí es donde yo quiero estar”, narra el director del parque. El heroísmo de este hombre, que no tiene más protección que la emblemática camisa azul de Parques Nacionales, le mereció en el 2012 el premio anual que otorga la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, y que es uno de los galardones de medio ambiente más importantes del mundo.
Además de la majestuosidad natural de ese lugar del norte de Colombia hay un motivo más profundo por el que el jefe del parque aún permanece allí, pese a las fuertes amenazas hechas realidad cuando en el 2011 la guerrilla asesinó a su compañero de trabajo por la espalda.
La razón no es otra que la inspiradora humanidad que encontró en aquel remoto territorio. “A pesar de las atrocidades vividas y del profundo dolor –explica Martínez- esa gente sigue mirando hacia delante y pensando en un futuro mejor”. Se refiere a los habitantes del sonado nudo del Paramillo.
Tal vez una de las más conmovedoras experiencias que lo llevó a ver y apreciar el potencial humano de la región del Sinú, la vivió pocos meses después de llegar al cargo de director del Parque Nacional natural Paramillo, cuando los indígenas Embera lo convocaron a una asamblea general. “Ese día fui testigo de cómo los Embera imponían su autoridad sobre la guerrilla, a pesar de la evidente diferencia de fuerza –cuenta Martínez-. Ahí me di cuenta de que había mucho trabajo por hacer y que era posible hacerlo”.
“Ese día fui testigo de cómo los Embera imponían su autoridad sobre la guerrilla, a pesar de la evidente diferencia de fuerza –cuenta Martínez-. Ahí me di cuenta de que había mucho trabajo por hacer y que era posible hacerlo
La reunión fue un domingo –comenzó a contar el director del Paramillo aún con una sonrisa de incredulidad y fascinación por lo sucedido-. El sábado habían llegado desde Bogotá funcionarios públicos de varios ministerios que también debían atender la asamblea. En un momento de la reunión un indígena le comunicó a los reunidos, un tanto angustiado, que un grupo armado se acercaba a la comunidad con la evidente intención de rodearla. Al poco tiempo se supo que era una disidencia del Ejército de Liberación Nacional que iba a ajusticiar a un asesor indígena con quien tenían una cuenta pendiente.
Con la comunidad rodeada por dos filas de guerrilleros armados, los Embera y los asistentes a la reunión fueron obligados a salir a una cancha de fútbol y quedarse allí parados. “Por la crudeza del lenguaje que utilizaban y la violencia con que nos trataban, yo pensé que iba a haber una masacre –explica el de Parques-. Además, eso parecía ser el pan de cada día en esa época. Por lo menos eso era lo que uno oía.” Cuando llegó el momento de ajusticiar al líder los guerrilleros lo llamaron al frente. “En ese instante la comunidad entera reaccionó de forma increíble. Al principio yo no podía creer de lo que era testigo.”
Las mujeres Embera comenzaron a acercarse al asesor y a abrazarlo por la cintura. Al abrazo protector femenino se unieron los niños y luego los hombres. La comunidad entera se aferraba a su asesor haciéndole saber que ellos estaban con él y que no iban a permitir que algo le pasara. “La muestra de apoyo era magnífica. Era como ver hormigas agarrando un objeto. Los unos se aferraban de los otros y no permitían que su guía se moviera”. Después de un tiempo, al ver que era completamente inútil exigirles que se retiraran, los guerrilleros decidieron negociar la situación con los jefes Embera.
“Para mí fue increíble ver cómo la comunidad reaccionaba como si fueran uno sólo, como si fueran un órgano. En vez de salir corriendo y cada uno buscar proteger su propio pellejo, se plantaron con valentía ante el grupo armado arriesgado su vida para salvar la del asesor”. Mientras la negociación tenía lugar, el jefe del Parque fue testigo de una segunda demostración de poder y autoridad. El cerco impuesto por el grupo guerrillero estaba demasiado cerca a los miembros de la comunidad y a los demás asistentes a la asamblea. “Sentía uno que le respiraban en la nuca”, dice.
Entonces el ‘jenené’, el líder de la guardia indígena’, dio una orden en lengua y los hombres de la guardia indígena, bastones de mando en mano, se pararon ante los guerrilleros y comenzaron a obligarlos a retroceder. Ante los fusiles y la actitud hostil de los guerrilleros no tenían más que un palo de madera en la mano. Los integrantes del grupo armado les apuntaban con el fusil y se lo restregaban por el pecho y por la cara. Los agredían verbalmente y les gritaban que los iban a matar, pero la guardia indígena no se inmutó con las amenazas y siguió avanzando y empujando a la guerrilla hacia atrás.
La región, conocida también como Nudo de Paramillo, fue ‘cuartel’ también de la casa paramilitar de Carlos Castaño, quien, junto con sus hombres, también la emprendió fuertemente contra la comunidad Embera.
“Los obligaron a retroceder como 30 o 40 metros –explica Martínez- hasta que la guardia consideró que era suficiente y allí se plantaron. Yo estaba esperando un tiro o que en cualquier momento se armara una balacera. Pero nadie disparó. Lo que más me sorprendió fue la solidaridad espontánea con que reaccionaron todos los Embera. Se comportaron como una verdadera comunidad y no como individuos egoístas que sólo buscaban salvar su propio pellejo. Esa experiencia me fortaleció y me enseñó que cuando un grupo humano se comporta como un solo hombre tiene un poder enorme”.
La conmovedora y generosa reacción de los Embera le salvó la vida al líder a quien al día siguiente lograron sacar ileso del territorio.
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Fuente: Reconciliación Colombia: http://www.reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/131

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