Dos historias, una misma historia: Entre la Etnofagia estatal y el Etnocidio: política de la revolución de Chávez para los pueblos indígenas.
Dicen los indígenas que, cuando los primeros hicieron el mundo se dieron cuenta de lo bueno de la memoria. De allí que decidieron repartirla entre los hombres porque ella es como un espejo que ayuda a entender el presente y que promete el futuro. Entonces, los primeros, en una totuma como medida, dieron a todos los hombres y mujeres del mundo a beber de la memoria. Pero como unos eran más grandes que otros, la medida de la memoria no se veía igual en todos. Así, los más pequeños brillaban mientras que los más grandes se opacaban. Por eso, dijeron los primeros, la memoria es más grande y fuerte en los pequeños y muy difícil de encontrar en los engrandecidos poderosos. Es por eso que los ancianos se hacen cada vez más pequeños mientras más envejecen. Su labor es hacer brillar la memoria de la comunidad hasta convertirla en dignidad, que es la memoria viva de un pueblo.
El relato del Viejo Antonio contado por el Sup. Marcos, nos parece fundamental para explicar lo que será el sentido de nuestro planteamiento en el presente trabajo pues, a nuestro parecer, constituye el marco de las actuales dramáticas circunstancias por las que atraviesan los pueblos indígenas de Venezuela: la lucha por hacer brillar la memoria hasta convertirla en Dignidad. Nuestro motivo: Dos situaciones recientes, partes de una misma historia y que, alarmantemente, han aparecido reseñadas por la prensa nacional. Sin embargo, la gran prensa las presenta como extraídas del argumento de alguna vieja película o de muy antiguas historias que, aunque lo parezcan, no son leyendas. Se trata de historias reales, recientes, de hoy, de este momento, sucediendo en este país que, según sus más conspicuos ideólogos, se encuentra “en pleno proceso de construcción del socialismo del siglo XXI”*.
Primera historia:
La “extraña” muerte de los waraos.
Los hechos suceden en el extremo oriental de Venezuela. La “extraña” muerte de cerca de cuarenta indígenas waraos en la región del Delta del Orinoco es denunciada por indígenas, ahora integrados al socialismo del siglo XXI como miembros de los llamados Consejos Comunales Oficiales, obligan a que la diputada del gobierno como representante de ese mismo estado, Herminia Yánez, tenga la bondad de viajar desde Caracas a visitar su propia región para descubrir: ¡Oh qué horror! ¡Es verdad, los waraos se están muriendo! Y, como buena diputada socialista que es, de inmediato exige a la fiscalía del misterio público iniciar una exhaustiva investigación pues, las causas de las muertes son totalmente desconocidas. Se rumora, dicen por los caminos de la Asamblea Nacional del Partido de Gobierno que, se trata de una especie de mal provocado por indescriptibles vampiros de la selva, aunque no se descarta (nosotros tampoco lo descartamos), las manos de la CIA y Bush estén metidas en esto.
Pero, y allí viene el asunto de la memoria, resulta que para los años 70 los indígenas waraos fueron prácticamente despojados de la mayor parte de sus territorios y empujados al hambre y la miseria por el Estado Nacional y su gobierno de turno, luego de la construcción de los diques de contención en el Caño Manamo parte del delta del río Orinoco, para favorecer el desarrollo vinculado a la explotación del mineral de hierro, cuya extracción estaba en manos de empresas transnacionales inglesas y norteamericanas.
Este fue el argumento para el guión cinematográfico del excelente documental: Caño Manamo, del cineasta Carlos Azpurua. La miseria y pobreza de los waraos, manifiesta en el continuo desplazamiento de buena parte de sus miembros hacia la ciudad de Caracas para sobrevivir de la mendicidad, tiene su origen y está cinematográficamente registrado en este proceso: el desarrollo y modernización del país está vinculado, no a la memoria y economía tradicional de los pueblos indígenas, sino a la dependencia de la economía nacional a los mercados externos, a través de la explotación y extracción directa de nuestras materias primas.
Fue a partir de ese momento que la miseria de los waraos, la liquidación de su organización social, cultural, política y económica, se potenció hasta el punto de convertirlos en parias en su propia tierra, en permanentes inmigrantes en su propio país, en los eternos expulsados por constituir una mala imagen♠; en fin, al ser desterritorializados por razones de planes desarrollistas, los waraos fueron condenados a morir por el Estado etnocida y sus clases en el poder.
Si a esta realidad histórica le sumamos el hecho actual señalado (a propósito de la denuncia antes indicada) por el Director Regional de Salud de la entidad, Luís Gómez, quien al respecto asevera que: “Es verdad que (los waraos) se mueren, pero de diarrea y de hambre, porque no tienen una planta de tratamiento de agua potable y no tienen qué comer, porque en esa zona no hay trabajo”♥, definitivamente, debemos concluir que el proceso etnocida y genocida que por su propia esencia genera la economía de mercado sobre pueblos y culturas minoritarias indígenas es un continuum estatal, autonómbrese éste como socialdemócrata, socialcristiano o socialista, pues, en todo caso, se trata de políticas orientadas a la supervivencia del Estado y, sobre todo, de sus detentadores.
Alguna referencia a esta realidad de los waraos, en alguno de los discursos del Chávez candidato en 1998 es posible encontrar. Hoy, Chávez Presidente, casi autonombrado eterno por el poder que sustenta, no recuerda, no tiene memoria, ésta se le ha ido opacando mientras más grande se ha hecho. Lo mismo pudiéramos decir de Carlos Azpurua, ¿recuerdan? Aquel cineasta que registró la verdadera historia contemporánea de los waraos parece haber perdido la memoria. Claro, él se ha hecho grande, dicen que es uno de esos que llaman “intelectuales de la revolución” en el poder. Es de entender pues, que con esa tan grande posición ¿quién se acuerda de viejos indios?
En fin de cuentas, a lo que nos referirnos es al hecho de que, desde la República creada por los mantuanos de Miranda y Bolívar, hasta la llamada Quinta República creada por los Boliburgueses de Chávez, la política hacia los pueblos indígenas ha sido trazada por la idea de liquidarlos como pueblos diferentes, ya sea eliminándolos físicamente (etno-genocidio), ya sea integrándolos a una supuesta sociedad y cultura nacional (etnocidio indigenista) o, finalmente, tragándoselos a través supuestas estructuras organizativas comunitarias (los Consejos Comunales), gobernadas y dirigidas desde el poder del Estado centralizado del partido de gobierno (Etnofagia Estatal).
Segunda historia:
Muerte del cuerpo. Vida de la memoria Yukpa, es decir: la Dignidad Vive
Esto ocurre hoy en la Sierra de Perijá. Los indígenas yukpa, cansados de morir de hambre y enfermedades curables en las alturas de la montaña y, sobre todo, guiados por la promesa de recuperación de sus tierras, establecido como derecho constitucional en la Constitución Bolivariana de 1999, se deciden a recuperar sus territorios de los que aún guardan memoria. Así, el aguerrido jefe de la comunidad de Chaktapa, Sabino Romero, desoyendo a todos los de corazón vencido, decide ir con su gente a retomar en posesión sus antiguos espacios, hoy convertidos en haciendas con propietarios de lujo.
Como era de esperar, los hacendados reaccionan. Contratan sicarios colombianos a quienes dotan de muy buenas armas y, se lanzan a imponer lo que consideran su “legítimo derecho de propiedad” así reconocido por el Estado. Entonces, entran los violentos en Chaktapa. Buscan a Sabino Romero, pero éste no se encuentra (anda en una reunión oficial convocada por los Consejos Comunales Oficiales del Gobierno de la “Revolución”), en su lugar, los alzados sicarios y sus amos hacendados sólo encuentran: mujeres, niños y a su anciano padre: José Romero quien, está empequeñecido, no por miedo a los matones, sino por ser el encargado de hacer grande la memoria.
Los sicarios, envalentonados ante la presencia de sus amos, se ufanan en zarandearlo al viejo de 100 años: lo empujan, lo lanzan contra el suelo, lo cachetean. En ese momento, el viejo José Romero, el dueño de la memoria de Chaktapa, piensa y recuerda que: estas siempre fueron tierras yukpas. Él lo sabe, porque allí nació, creció en sus selvas, se hizo guerrero entre sus bosques, de eso aún guarda memoria.
Hoy, la selva de sus recuerdos ha desaparecido. Ha sido convertida en inmensos pajonales de potreros, de multimillonarias haciendas y de hacendados. Entonces, los sicarios se van. Allí lo dejan al abuelo José Romero quien, ahora escucha a su memoria gritarle su impotencia, su no poder saltar sobre el enemigo, flecharlo, darle respuesta. Él se hace ahora más pequeño, no por miedo, sino por dolor, por arrechera. Su corazón late a zancadas y, todo se hace de un dolor que sobrepasa a su empequeñecido cuerpo. Luego, recordando sus juveniles andanzas en la Sierra, en un hospital de Maracaibo muere el atancha José.
La prensa nacional (“siempre objetiva”), reseña las declaraciones de los “afectados”: los hacendados. Éstos, acusan a los indios yukpas de “invasores” de sus propias tierras, “mala plaga” que pretende acabar con la producción de alimentos de la región y del país. Y culminan amenazando que, si el Estado-gobierno nacional no asume su tarea, pues, ellos muy que tienen la fuerza para doblegar a estos revoltosos guiados por “ecologistas” e “indigenistas” malignos para el desarrollo nacional.
Como respuesta, el gobierno a través de sus puestos militares impone a los yukpas una especie de cerco militar: ningún movimiento social, ninguna organización de derechos humanos, ningún medio de comunicación oficial o alternativo puede ingresar al sitio de los hechos para escuchar la voz de los indios. Sólo los hacendados tienen libre acceso. Al líder yukpa, Sabino Romero, lo fueron a buscar para llevarlo al cuartel militar, supuestamente, para protegerlo. Es decir, a Sabino y al pueblo yukpa se le priva de la única protección que posee y que ciertamente le brinda el apoyo abierto de ecologistas, estudiantes universitarios y organizaciones de comunicación alternativa; al mismo tiempo, el estado-gobierno lo pretende encarcelar como “único medio de protección oficial” frente a la pública y descarada condena a muerte a la que le ha sido sentenciado por los hacendados.
Como vemos, se trata de una política sui géneris del Estado-gobierno revolucionario de Chávez, pues, por un lado, en una especie de permiso al etno-genocidio, si Sabino y su pueblo no cede en sus aspiraciones, entonces el gobierno, a través del ejército no le permitirán conectarse con los movimientos y organizaciones sociales que hasta ahora le han dado cobertura y respaldo en su lucha, dejándolo solo y a su propio riesgo frente a sus enemigos; por el otro, si no quiere quedar solo frente a sus enemigos, tendrá que aceptar ser encarcelado o, como eufemísticamente dicen los militares: “bajo su protección” cuartelaria.
En todo caso, lo que sí parece estar claro es que, para el Estado-gobierno de la “revolución” bolivariana, la comunidad de Chaktapa y todas las comunidades indígenas de Venezuela tendrán que asumir el hecho de que la esperada y esperanzada delimitación de territorios no se hará, sino sobre la base de la justificación y legitimación de los supuestos derechos de propiedad territorial de los hacendados y, mucho más aún, de los intereses mineros que el Estado-gobierno dice igualmente tener sobre estos recursos presentes en el subsuelo de esos mismos espacios indígenas.
Se trata, en definitiva, luego de casi 10 años en el poder, Chávez y sus boliburgueses funcionarios se han hecho tan poderosos que, nada les queda de memoria. Ésta en ellos se ha opacado tanto como su poder político y económico ha crecido. Por eso, Chávez es capaz de enviar millones de dólares a Bolivia para que Evo gane su referéndum revocatorio, o comprar miles de millones de dólares en bonos basura de deuda para salvar la economía de Argentina; o millones de dólares a Nicaragua bajo administración incontrolada por su muy cuestionado presidente Daniel Ortega; en fin, Chávez no recuerda, no puede recordar que los waraos en el Delta del Orinoco se están muriendo y no precisamente, de extrañas y desconocidas enfermedades, sino de las mismas de antes: hambre, tuberculosis, miseria, pobreza; se mueren por no tener tierras para cultivar, territorios donde su cultura florezca, de no tener agua potable para consumir, finalmente, se mueren por no pelear, por no asumir su memoria, hacerla brillar hasta convertirla en Dignidad.
Por el contrario, Chávez y su ministra indígena están realmente desesperados porque en la Sierra de Perijá, unos indios yukpas, barí y wayuu han decidido asumir su memoria como Dignidad, y se han dispuesto a pelear, a guerrear por sus últimos espacios territoriales, a muerte.
José Quintero Weir
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