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19 nov 2008

La lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo, hoy

25 años de haberse sembrado el Ezln; 15 de vibrar el eco del ¡Ya basta!; 5 de crecer las Juntas de Buen Gobierno, 3 de caminar la Otra campaña y la Zezta internacional… Muchos cumpleaños en uno, por celebrarse en el Festival de la Digna Rabia. Es que el movimiento zapatista no tiene una identidad sino varias, que se modifican entre sí. Un levantamiento indígena en busca de dignidad y autonomía, una lucha de liberación nacional, una rebelión por la humanidad y contra el neoliberalismo: el zapatismo es más que la suma de esto. Transforma cada uno de los elementos que articula, entrelazando escalas múltiples, internacionales, nacionales e intranacionales.

En este entretejido de horizontes y temporalidades, el llamado a luchar "por la humanidad y contra el neoliberalismo" ha sido de una extraordinaria pertinencia histórica. Si bien el Ezln tuvo la elegancia de minimizarlo, el Encuentro intercontinental de julio y agosto de 1996,
tiene su lugar en la memoria de la resistencia globalizada, como un antecedente importante del movimiento altermundialista, cuya fuerza se ha manifestado a partir de las movilizaciones de Seattle, en 1999. El Encuentro "intergaláctico" despertó el espíritu internacionalista después
de décadas de absoluta apatía y esbozó el proyecto de crear redes transcontinentales de resistencia.

Resultó determinante el nudo entre ambos elementos de la convocatoria: por la humanidad y contra el neoliberalismo. Reivindicar una lucha por la humanidad sólo tiene sentido si identificamos el adversario que obstaculiza esta lucha, ya que cualquier proclamación humanista separada de una crítica radical del presente no pasa de ser una mistificación, una versión de la ética "light" del humanitarismo, gris acompañante de la cuarta guerra mundial. Por otro lado, es indispensable aclarar los valores en nombre de los cuales rechazamos la globalización neoliberal, pues el
mundo está lleno de fundamentalismos religiosos o ultranacionalistas que también se oponen a ella. El combate contra el neoliberalismo es indisociablemente una lucha por la humanidad. Lejos del universalismo abstracto que no es sino la universalización de valores específicos
(occidentales), contempla una humanidad capaz de construir su unidad a partir de sus particularidades concretas. Una humanidad reconociéndose como un mosaico de historias y cosmovivencias, en búsqueda de diálogos entre iguales, de cooperación entre diferentes. Algo como un "pluniversalismo" o, más bien dicho, un mundo en donde quepan muchos mundos.

Hoy en día, la acumulación del capital provoca una acumulación de catástrofes que amenaza la existencia misma de la humanidad. Por primera vez en la historia, el instinto de conservación de los seres humanos, en peligro de desaparecer, bien podría convertirse en el mejor aliado de la rebeldía antisistémica. Por eso, la lucha contra el neoliberalismo obliga a asumir el punto de vista de la humanidad, siendo ahora la exigencia de su preservación y su aspiración a la dignidad una sola y misma cosa. ¿Puede entonces la destrucción del mundo de la destrucción concebirse como obra de una clase social particular, o de la no-clase de los excluidos? Si bien la lucha parte de los actuales antagonismos sociales y se identifica con los de abajo, tendría que asumir en su proceso mismo el punto de vista de la humanidad toda, buscando salvarse y realizarse como humanidad digna.

Y ¿qué pasa ahora en el contexto de una crisis de proporciones desconocidas desde 1929? Si bien no significa el derrumbe del sistema, parece abrir paso a una nueva metamorfosis del capitalismo, después del ciclo neoliberal, después del ciclo de la hegemonía absoluta de Estados Unidos (cuya imposible restauración sellaron el fracaso en Irak y el desastre en Wall Street). Que los reacomodos sistémicos hayan empezado a esbozarse cuando apenas hemos asistido a las primeras escenas, en el circo de los altibajos bursátiles, y faltan todavía los efectos devastadores de la recesión, sugiere que la crisis sólo vino a acelerar procesos iniciados desde tiempo atrás. Si las potencias del G-8 se preparen para integrar a los grandes países emergentes a la (in)gobernabilidad económica mundial no es por altruismo, sino porque necesitan de ellos, en primer lugar de China; si los fanáticos del libre mercado ya tuvieron que pedir socorro al Estado, hasta admitir la nacionalización de los institutos financieros, no es por una súbita convicción "socialista", sino porque saben que, como en 1929, solo el Estado puede salvar el capitalismo, abriendo nuevas oportunidades de ganancia.

Si el mismo sistema realiza parte del programa anti-neoliberal (papel rector del Estado, aumento del gasto público, control de los flujos de capital, regulación financiera, giro proteccionista, etc.), no podremos seguir luchando "por la humanidad y contra el neoliberalismo". Cuidemos entonces que el nuevo protagonismo de las potencias del Sur no desarme una crítica decolonial, acostumbrada a denunciar la dominación del Norte. Cuidemos entonces que una parcial relegitimación de los Estados no venga a dividir las convergencias transnacionales de los de abajo. En pocas palabras, el contexto abierto por la crisis hace más necesario una postura claramente anticapitalista, como la que adelantó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.

A partir de 2001, el Foro Social Mundial llevó a una escala mucho más amplia el proceso que el Encuentro intergaláctico de 1996 había iniciado. Su papel histórico consistió en generalizar la convicción de que "otro mundo es posible", rompiendo la temporalidad neoliberal que simbolizan las iniciales TINA ("There Is No Alternative"). Sin embargo, en su afán de diversidad, no llegó a aclarar si promovía alternativas al capitalismo o alternativas dentro del capitalismo (B. de Sousa Santos). Hemos aquí la ambigüedad de la postura anti-neoliberal: agrupa quienes luchan en contra del capitalismo y quienes sueñan por eliminar los efectos más salvajes de la economía mercantil, mediante la intervención reguladora del Estado y las instancias internacionales. Esta es la ambigüedad que, muy probablemente, quedará rebasada en la fase abierta por la crisis actual, con lo cual bien podría cobrar mayor necesidad el nuevo Encuentro Intergaláctico, esbozado por la Sexta. Tendría sus características propias, entre otras: una perspectiva inequívocamente anticapitalista; un camino no-estatal buscando construir desde abajo formas de auto-gobierno (siendo las Juntas de Buen Gobierno y el fortalecimiento de la autonomía la contribución práctica de los pueblos zapatistas al debate); la intuición de que ya no se trata solamente de resistir sino de empezar a proponer y construir colectivamente. "Otro mundo, otro camino", plantea el Festival de la Digna Rabia. Este camino, no lo ilumina ninguna vanguardia, ni lo aplanan las maquinarias del poder de Estado. Del modo en que caminamos, abajo a la izquierda, depende el mundo que crearemos. El otro camino ya es parte del otro mundo que soñamos. Un camino en donde quepan muchos caminos.

¿Qué significa "anticapitalismo"? Que las dignidades que somos empecemos a sacudir las múltiples formas de humillación y desposesión que la sociedad de la mercancía instila en nuestras formas de ser: egos desmedidos, miedo y negación de los otros en aras de la competencia, sumisión de nuestros actos a criterios cuantitativos, obsesión por el éxito y la eficiencia, culto de la velocidad y estrés de los tiempos cortos, etc. Que empecemos a conocernos, para compartir experiencias, valores ya otras, vocabularios ya otros. Significa que es hora de despertar nuestro sentido del futuro. De realizar que es posible una organización política basada en una multitud de autonomías locales, federándose y coordinándose a nivel regional, nacional y mundial. Un mundo sin dinero, respetuoso de la naturaleza y produciendo lo suficiente para asegurar por igual un vivir bien a todos los seres humanos. Una sociedad del tiempo libre (por liberarse de tantos trabajos innecesarios y destructores, tal como burocracias y bancos, ejércitos y industrias de armamento, para no mencionar un sin fin de productos absurdamente frágiles y no reparables). Si no empezamos a asumir que es posible ese otro mundo liberado de la tiranía de la mercancía y el Estado, el dinero y el trabajo especializado, no tiene sentido una postura anticapitalista. La alternativa está clara: barbarie capitalista o humanidad digna. Nos vemos en el Festival de la Digna Rabia, para compartir el pozol, el baile y la palabra, y tomar fuerza para el camino…

Jérôme Baschet

Historiador, profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París) y la Universidad Autónoma de Chiapas. Autor de La Rébellion zapatiste. Insurrection indienne et résistance planétaire, Flammarion,
2005.

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