“Las grandes transformaciones no empiezan arriba
ni con hechos monumentales y épicos, sino con movimientos pequeños en su forma
y que aparecen como irrelevantes para el político y el analista de arriba. La
historia no se transforma a partir de plazas llenas o muchedumbres indignadas
sino, (…), a partir de la conciencia organizada de grupos y colectivos que se
conocen y reconocen mutuamente, abajo y a la izquierda, y construyen otra
política”.
Sub-Comandante
Insurgente Marcos.
“Ni el centro, ni la periferia”, Chiapas,
Diciembre 2007.
I.- Introducción: Los riegos de la palabra.
Ariyaa es un término añuu referido a un decir de alguien, esto es, alguien dice algo de alguien sin que ese
alguien, de quién se habla, esté presente para agradecerlo o defenderse; por lo
que, como quiera que sea (positivo o negativo), ariyaa es una práctica del
ejercicio de la lengua que, para el filosofar añuu, debe ser evitado y/o
cuestionado, pues, para bien o para mal, se trata de un discurso no confrontado. De tal manera que, cuando un añuu tiene
un sentir que necesita decir sólo lo expresa de manera directa, pues, sabe, que
en su palabra va su riesgo, puesto que no hay palabra sin riesgo, sin
implicaciones (positivas o negativas), esto es, toda palabra pone sobre la mesa donde es expuesta, su propia
exposición, su propio riesgo: del decir de la palabra y del sujeto que la emite.
Por otro lado, existe la palabra atiyera que es: enseñar mostrando, esto es, muestro para enseñar, para lograr que el
otro vea en todas sus dimensiones lo que muestro a tal punto que, pueda por
sí mismo ver lo que yo no he visto en lo que muestro y, de esa manera, pueda él
enseñarme mostrándome lo no visto por mí en el momento de enseñar; por lo que, en el mismo proceso de enseñar debo ser
capaz de aprender. He aquí, lo que el filosofar añuu entiende por
“conversar”, “platicar”, “compartir a través de lo que se dice”, y, de forma
más restringida: “debate”. En este sentido, para el filosofar añuu debatir no es en modo alguno una
confrontación violenta pues, en el término atiyera no interviene ni media
el sentido de imposición de un pensamiento sobre otro sino el de la
complementariedad de ambos.
Finalmente, está el término: ariyota, que
corresponde al verbo “soplar” en castellano, sólo que se
trata de la estela de aliento que todo ser humano es capaz de transformar en
palabras cargadas de sentido y que, a pesar de su invisibilidad, al ser
emitidas, son susceptibles de ser registradas, precisamente, por el peso de su
significación. Pudiéramos decir que, desde la perspectiva del filosofar añuu, decir palabras es, puntualmente, dar
vida con nuestro aliento interior a nuestros pensamientos; así, lo que pensamos
o anida en nuestro corazón, nace al mundo al momento de emerger al mundo como
estela de aliento de nosotros.
Ahora bien, he tomado estos tres términos,
relacionados entre sí, como principios o bases para la sustentación de lo que
pretendemos sea una convocatoria al trabajo y a la lucha, y, que dirigimos
fundamentalmente, a todos aquellos posibles aliados no indígenas de lo que pudiera ser un movimiento indígena autónomo;
por ello, consideramos que nuestra palabra no puede ser expresada sino puntual
y frontalmente. Esto implica, hacer públicas, sin miedo ni complejos, nuestras
diferencias de visión política con todos los aliados: indígenas o no indígenas.
No es posible construir la unidad de los de abajo sin hablar con propiedad, es
decir, con la verdad.
En tal sentido, hablaremos desde lo que nuestro
corazón ha experimentado, aprendido, pero también, por lo que anida, siente y
orienta la creación de nuestra palabra; por lo que, hablaremos con respeto pero
sin que ello implique menoscabar su contundencia, es decir, no estamos
obligados a hacer concesiones y, por lo mismo, sólo hablaremos con verdad (así
sea parcial) ya que, sabemos, hablar con verdad es estar orientados por el
principio de la complementariedad y no por la conveniencia: no creemos y
detestamos el pragmatismo de los que hablan y actúan por conveniencia, pues,
tal es la práctica resultante de quien no cree en la responsabilidad de la
palabra que dice.
Pero, hablar con verdad, puntual y frontalmente
nos obliga a asumir nuestra responsabilidad por todo lo que con honestidad
aunque, desacertadamente, hemos hecho, y, por eso mismo, asumir nuestra
responsabilidad de lo bueno y lo malo que ha sucedido en la construcción del
movimiento indígena en Venezuela lo que, sin lugar a dudas, nos lleva al
segundo principio: con humildad, hablaremos para mostrar lo que pretendemos
enseñar y nunca imponer, pues, en definitiva, estamos dispuestos a aprender de
la palabra de los otros.
Finalmente, muy lejos de nosotros está la idea
de sólo escribir un artículo para ser leído y ¡vaya!; por el contrario,
esperamos y pretendemos que nuestra palabra pueda germinar y crecer en el
corazón de los otros para que, ciertamente, tome el rumbo de una conciencia del
lugar, del territorio, pues sólo así será capaz de fortalecer y hacer crecer la
lucha por la autonomía. Dicho de otra manera, nos negamos a hablar por hablar,
pues, hemos decidido nunca más lanzar hijos al vacío, pues, todo añúu-wayuu
sabe que su palabra dicha es como un hijo creado y del que sólo es responsable
aquel que la dice.
Por ello, asumimos la responsabilidad de lo que
aquí diremos, pero sobre todo, asumiremos a todos aquellos que al leerla,
escucharla o comprendan, sientan la necesidad de hermanarse con la palabra (hijos) de todos los que luchan por la
persistencia de la humanidad. De no ser así (lo que es del todo comprensible),
creemos mejor callar y así lo haremos, aunque sabemos que lo que se sobreviene
es el final de la vida de los pueblos que, por su propio filosofar, son los
únicos que en este contexto histórico pueden contribuir a orientar la
permanencia de la vida del mundo, aún, la de sus enemigos históricos.
Vale decir, no intentamos convencer a nadie de
nada que no pueda, ese mismo alguien, comprobar. Ahora bien, si por razones
pragmáticas el interpelado decide tomar otro rumbo jamás le condenaremos; pero
eso sí, le exigiremos asumir la responsabilidad de su palabra y decisión
porque, para el filosofar indígena (añuu-wayuu y en toda Abya Yala), un sujeto,
cualquier sujeto, puede olvidar individualmente su historia, puede hacerse el
loco y pretender que no ha pasado nada; pero debe saber que en el filosofar
indígena de toda Abya Yala existe el principio de que ningún pueblo puede
olvidar, pues, de su memoria depende su persistencia histórica, su saber y su
permanente y cíclica vuelta al presente tal como hoy día se presenta con toda
la fuerza que esa misma memoria e historia les provee. En este sentido,
cualquier traidor puede valerse de los pueblos indígenas porque los crean
“inocentes”, sin embargo, les advertimos, para estos pueblos existe siempre un
pagamento y, por tanto, el cobro por
la irresponsabilidad de la palabra y el hacer irresponsable; esto es: antes que
tarde, cobraremos en justicia y por la justicia. José Ángel Quintero Weir
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