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10 dic 2016

Experiencias de pueblos originarios en lucha por las autonomías

Imagen: Portada del libroImagen: Portada del libro
Servindi- Autonomías, descolonización, plurinacionalidad, identidad, neo-extractivismo, entre otros son temas abordados por el libro “Pueblos originarios en lucha por las autonomías. Experiencias de desafíos en América Latina”.
El asunto de las autonomías en general es sumamente controvertido y polémico, más aún si se trata de autonomías de Naciones y Pueblos Indígenas, es decir, de entidades histórico sociales cuya existencia es previa a la creación de las repúblicas y estados nación del continente.
Se trata de reivindicaciones, derechos, proyectos civilizatorios, provenientes de vertientes contestatarias que cuestionan la modernidad, a Occidente, al capitalismo, a la industrialización y señalan la colonización como invasión.
El texto que compartimos en formato PDF tiene como coordinadores a Pavel López. Luciana García Guerreiro.
Sus diversos capítulos son escritos por Gustavo Esteva. Raúl Prada. Enriqueta Lerma Rodríguez. Pavel López. Luciana García Guerreiro. Sergio Álvarez. Gloria Stella Barrera Jurado. Diana Itzu Gutiérrez Luna. Adriana Gómez Bonilla. Carlos Walter Porto Gonçalves. Danilo Pereira Cuin.
A continuación, reproducimos el prólogo del libro.

Prólogo

Escribir así sea unas pocas páginas sobre Pueblos Originarios en lucha por las Autonomías: Movimientos y Políticas en América Latina, como se denomina el Grupo de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) que me encargó esta tarea, conlleva implicancias no solo relativas a una revisión exhaustiva de los materiales del presente libro, sino sobre todo a un compromiso con el objeto de estudio. Incluso porque éste hace a un contexto mayor donde están de por medio, más que solo perspectivas académicas, proyectos, utopías y vidas concretas de sujetos sociales, lo que siempre es delicado y exige mayor cuidado y responsabilidad.
El libro es sumamente rico dado que recoge varios tipos y niveles de experiencias y de preocupaciones, con facetas de orden teóricoacadémico como de orden práctico, que no completan la totalidad del panorama de reivindicaciones, de casos ni de movimientos autonómicos en el continente. Algunos resultan emblemáticos y otros tienen el mérito de ser indicativos de la diversidad de situaciones y realidades existentes en nuestro continente. De la lectura de los materiales se extraen muchísimas lecciones, que no pueden todas expresarse en un Prólogo, donde solo pretendemos rescatar algunas ideas-fuerza y lanzar algunas provocaciones, en ambos casos como “carnadas” para consolidar el interés que de suyo ya despierta una temática tan candente como urticante en varios sentidos.
El asunto de las autonomías en general es sumamente peliagudo, más aún si se trata de autonomías de Naciones y Pueblos Indígenas, es decir, de entidades histórico sociales cuya existencia es previa a la creación de las repúblicas y Estados nación del continente, porque se trata de reivindicaciones, derechos, proyectos civilizatorios, provenientes de vertientes contestatarias que cuestionan la modernidad, Occidente, el capitalismo, la industrialización, la colonización como invasión, el renacimiento y posterior ilustración con su razón instrumental, el desarrollo sin éxitos para la mayoría y con pendientes gigantescas, ya irrealizables a estas alturas, tratándose por lo tanto de expresiones autonómicas profundamente contra-hegemónicas, sea o no que levanten directa y abiertamente dicho ideario y discurso.
En ese sentido, toda experiencia autonómica con huella digital en la ancestralidad e indianidad, resulta de suyo importante y muy significativa, porque seguro que aporta de varias maneras a este decurso autonomista al que nos referimos. Empero, sin hacer ni prelación ni priorizar casos y experiencias por su tamaño, dimensión o escala sino haciendo referencia más bien al impacto que pueden tener, con el que pueden insuflar, alimentando la motivación señalada de inicio, es decir, al proyecto ideológico-político-histórico emergente desde varias latitudes y con diversidad de cualidades, no se puede dejar de distinguir entre experiencias o casos locales, además, aislados y desarticulados, y los que podemos catalogarlos como un “movimiento sociopolítico indígena” de alcance nacional, influencia y/o conexiones internacionales. Sin embargo, existe la posibilidad de mutaciones de una cualidad a la otra, en unos casos logrando salir del encierro articulándose y con saltos en ese sentido, en otros con retrocesos por frustraciones de determinados procesos.
Considerando ello, sin contraponerlos, pero comparándolos en un nivel muy preliminar como para sacar conclusiones, en los casos estelares de movimientos nacionales con impacto internacional, hoy cursan dos experiencias paradigmáticas similares en muchísimos aspectos, incluso en motivaciones y objetivos, pero distintas en metodologías, procedimientos, conductas, simbolismo y cambio actitudinal. Por un lado, está el ya prolongado movimiento indígena zapatista en la Selva Lacandona de Chiapas en México; por otro lado, están dos casos nacionales de ejercicio de poder indígena y de autonomías, dentro de lo que se ha venido en denominar gobiernos progresistas de América del Sur: Ecuador y Bolivia, que superan la década como experiencias.
El zapatismo indígena mexicano suele emitir el discurso emblemático de buscar “transformar el mundo sin tomar el poder”. El poder, tal y como están las cosas hace siglos, correspondería a una cancha rayada por el otro, a estrofas con letra y música escritas por y para otros, pero que la tienes que tocar y bailar como indígena; un campo inspirado por Occidente, un espacio con reglas claras que impiden el despliegue de un proyecto de poder distinto, indígena, un poder que además corrompe, desnaturaliza, distorsiona, enajena el Ser indígena, cosa a la que se niegan, por lo que prefieren actuar independientemente de ese poder, separadamente de esa tradicional forma de hacer política. Actuar con base en la emisión simbólica que se dirige subliminal y directamente a la cabeza-razonamiento y al corazón-sentimiento de la población.
Ecuador y Bolivia como experiencias progresistas con elevada y explícita teoría, letra y discurso de contenido indígena, a decir de sus constituciones que contemplan Estados plurinacionales, social comunitarios, con autonomías indígenas, respeto a la Madre Tierra e inspirados en el Vivir Bien/Buen Vivir, prefieren jugar más pragmáticamente, “en la cancha y con las reglas del otro”, se podría decir ya, a esta altura, adquiriendo la racionalidad, lógica y prácticas convencionales del otro, del otro poder occidental, moderno, capitalista, incluyendo su patrón de acumulación que se explica a partir del extractivismo-rentismo como núcleo explicativo de su reproducción como país, como sociedad, como economía.
Ninguna de las dos experiencias es novísima como para no considerar ya sus tendencias, aunque por supuesto que se trata de casos inacabados, no concluidos, sin aterrizaje cierto aún. Ninguna de las dos experiencias tampoco está exenta de problemas en la búsqueda de objetivos ni en su decurso. Ninguna de las dos experiencias es prístina, “pura”, ni garantiza de entrada el éxito a partir de sus diferencias, tratándose empero de dos casos que se piensan y actúan a partir de plazos y tiempos históricos distintos. Sin embargo, la ética zapatista pareciera brindar de suyo genuina credibilidad e implicar cambios actitudinales que la presentan conducente en lo que a sus objetivos trazados se refiere, si se considera el sujeto indígena en cuestión. La interrogante radica en sopesar cuál de esas dos paradigmáticas, emblemáticas y distintas experiencias indígenas de poder, con caminos y caminar diferente, es más genuinamente indígena, y por lo tanto, se asoma más al diseño de un proyecto emancipador de nuevo tipo, por lo tanto, sin precedentes, con base más que en filosofías o paradigmas en cosmovisiones y sentí-pensamientos de otra naturaleza, radicalmente críticas de la construcción societal, política y estatal actual, de la vida inhumana vigente como tal, de la sociedad opulenta y su pseudo-desarrollo enajenado, sin comunidad, realización ni felicidad.
Si no estamos hablando de ese proyecto distinto confrontado con un desarrollo ficticio, de la búsqueda de una especie de decrecimiento sostenible, de un rediseño de sociedad asentado en comunidad, mejor aún en “comunalidad”, entendiendo ésta como espíritu, atmósfera, contexto y lubricante de todos los cambios sociales y en los individuos como sujetos, que erradica el egoísmo y la mezquindad que está en la médula de la conducta general actual; si no inscribimos las distintas experiencias autonómicas en el marco de esa nueva utopía emancipadora y de transformación radical, tendremos interesantes casos con unos u otros resultados en la coyuntura, que podrán o no beneficiar en la satisfacción de necesidades y requerimientos de vida digna de algunos grupos sociales, incluso indígenas, de determinadas localidades, pero en el corto plazo, porque a la larga serán subsumidas por la lógica y la práctica asistencialista y prebendal que caracteriza la gestión social de todo tipo de recursos en el marco capitalista.
No hay que jugarse con los términos, con los conceptos, con las categorías. Tenemos que ser serios en su tratamiento para saber que estamos hablando de lo mismo, de la misma cosa, no de planos diferentes. Caso contrario, si no nos entendemos entre los que interactuamos por diferentes medios, como éste, nos tornaremos autistas, y entraremos en un terreno de anacronismo insalvable, engañoso, sin destino. No se puede llamar proyecto autonómico, autonomía indígena, originaria, ancestral, a cualquier experiencia, por importante que sea, a cualquier reclamo que se ampare en ese rótulo o que anuncie esa búsqueda. Actuando de esa manera ayudamos a confundir procesos, sus alcances y sus contenidos, a entremezclar de todo sin saber diferenciar demandas, requerimientos grupales y poblacionales, incluso determinadas aspiraciones sociales, con utopías, proyectos ideológicos trascendentes por transformadores a profundidad, en pos de reinventar la economía, el Estado, la sociedad y la vida. No se trata de subestimar nada, ningún caso, se trata de identificar a cada uno y ponderadamente ubicarlo en su naturaleza y alcances, sin autoengaños ni subjetividades.
Todo tiene valor y su lugar si sabemos realizar esa operación metodológica elemental. Si no ubicamos bien ese asunto, si no nos ubicamos en esto, podemos pensar que cada caso, cada situación particular o eventos aislados importantes, representan células nuevas que anuncian o que se presentan como muestras y bases de un nuevo esquema de vida, de una transformación muy seria en la sociedad, el Estado, la economía y la vida. En ese sentido, no se puede mencionar así nomás que estamos ante una experiencia de nuevo tipo, que tenemos nuevas células para un nuevo organismo social y económico, que estamos asistiendo al establecimiento de entidades y organizaciones económicas comunitarias cuando éstas no existen. No se puede pensar ni denominar como Autonomías Indígenas Originarias Campesinas o con designaciones de similar significado, a municipios republicanos con ropaje y cosmética indígena, espacios no solamente tradicionales, sino resultado de la desterritorialización de herencia colonial toledana, del despojo y desorganización territorial de comunidades ancestrales e indígenas, porque eso es no solamente apariencia, es engaño, es estafa.
El Estado, así sea con el agregado Plurinacional, sigue siendo un instrumento de ejercicio del poder que ostenta por detrás, no es un representante del interés general, menos del de todos, o expresión del bien común, sigue siendo el medio de emisión ideológica para la explotación y dominación, por lo que proyectos de emancipación radical enfilados desde la perspectiva del sujeto indígena, tampoco pueden apoyarse en tal entidad que veladamente representa la violencia organizada de quienes ostentan el poder, cualquiera sea su naturaleza
El Estado, así sea con el agregado Plurinacional, sigue siendo un instrumento de ejercicio del poder que ostenta por detrás, no es un representante del interés general, menos del de todos, o expresión del bien común, sigue siendo el medio de emisión ideológica para la explotación y dominación, por lo que proyectos de emancipación radical enfilados desde la perspectiva del sujeto indígena, tampoco pueden apoyarse en tal entidad que veladamente representa la violencia organizada de quienes ostentan el poder, cualquiera sea su naturaleza. En ese sentido, solo eliminar del lenguaje conceptos como Estado Nacional o República, y sustituirlos por lo que ante la existencia de transformaciones hondas debiera extinguirse en cualquiera de sus formas, no es garantía de cambios con destino convivencial en medio de comunalidad y en armonía con la naturaleza.
Proyectos auto-designados como autonómicos indígenas en ese marco, tampoco son garantía de autonomía de verdad, menos si se trata de artefactos institucionales encapsulados y presos dentro de las “paredes” de Estados Nacionales. No hay autonomía verdadera si no tiene por lo menos el derecho real de separación estatal, de autodeterminación nacional plena.
Entendido eso, desde mi punto de vista, los casos locales contemplados en el libro son de enorme potencial y significación, pero su resultado final cierto aún es imposible vislumbrar aquí. Nos referimos al caso que tiene lugar al sur de Sonora, noreste mexicano en frontera con Estados Unidos, es relativo a la búsqueda de autonomía yaqui-yoeme, tribu en lucha ante el despojo del agua, frente a la intervención estatal y los proyectos modernizadores, en pos de un desarrollo autónomo, en medio de conflictividad a su interior, que la debilitó de cara a una consulta engañosa, que como en todas partes nunca fue libre, informada, de buena fe y vinculante, esta vez por parte del “mal estado” y el “mal gobierno”, capitalista y neoliberal mexicano, como lo califican los zapatistas.
Otra realidad está ilustrada en la lucha por la autonomía artesanal del Pueblo Kamsá, que habita en el Valle de Sibundoy, corredor natural que comunica los Andes y la Amazonía colombianas, donde la sociedad del espectáculo hace uso y consume banalmente la cultura material local, su carnaval y sus rituales medicinales más sagrados, en claro proceso de despojos simbólicos, frente a lo que surge la iniciativa autonómica como propuesta subalterna, que se resiste a ser simplificada e invisibilizada; donde el arte y la cultura no cuentan, donde quedan canceladas sus dimensiones creativas, éticas y políticas; a la vez de reivindicarse como autoridades del conocimiento, como sabedores de los secretos ancestrales y de los símbolos invisibles de su pueblo, que salen a la luz también en el clestrinÿe, carnaval como espacio de florecimiento material y espiritual, de su comunidad y su cultura.
Enriquece de varias maneras nuestra mirada sobre las autonomías, las prácticas indígenas en los actuales escenarios de neo-extractivismo en los Valles Calchaquíes, Comunidad India Quilmes en Tucumán y Comunidad Ingamana en Catamarca en Argentina, un escenario con empresas dentro de su territorio, utilizando su agua y gran parte de mano de obra comunera para turismo y emprendimientos bodegueros, pero también los temibles negocios extractivistas de la mega-minería. Intensión autonómica indígena que no resuena como otras experiencias, aunque en su decurso comienza a emerger un sentimiento de búsqueda de plurinacionalidad.
Es imposible en pocas líneas profundizar sobre los alcances y significación del aporte que viene de un monumental escenario como el de las luchas y la geografía de la conflictividad por la tierra/agua desde el Brasil en 2013, mediante el despliegue hegemónico de latifundios modernos de oligarquías terratenientes con instituciones financieras del Estado (BNDES-Banco do Brasil), científicas como la Empresa Brasilera de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA), gigantescas corporaciones transnacionales (Monsanto, Cargill, Bunge & Born, Syngenta), monopolios de comunicación (Globo). Es decir, todo un verdadero bloque de poder, marco en el que se intensifica la reacción a la geopolítica de desposesión de poblaciones que tradicionalmente ocupan el territorio. Tales casos locales, y en el continente hay centenas más, debemos identificarlos y estudiarlos para comprender mejor sus alcances y fuerza. Nos obligan a ser más puntuales y concretos, más realistas y menos especuladores, porque su posibilidad de lograr sintonía con proyectos y movimientos sociales estelares de gran alcance y aceleradores de procesos es grande, y en eso muchos de nuestros esfuerzos pueden aportar. Con varios artículos se abre un debate teórico de vasto alcance. Coadyuva al entendimiento de la problemática del libro el trabajo sobre autonomías y descolonización, que entrelazado con la perspectiva filosóficoecológica, busca desplegar un balance de las luchas sociales desde la perspectiva de la complejidad, concentrándose en el conflicto del TIPNIS, que reuniría las contradicciones de los llamados gobiernos progresistas en relación a las naciones y pueblos indígenas y sus demandas autonómicas, en conexión con la crítica de la geopolítica gubernamental extractivista.
Igual sucede con los desafíos que encontrarán las personas que abran estas páginas para estudiarlas, que se encontrarán con la exhortación a superar mediante las autonomías, no solamente las democracias formales representativas, las participativas, deliberativas y directas, si es que existen de verdad en el continente, por la democracia radical. Recuperar las Autonomías, en el sentido en que no sean convertidas en un mero contrapeso del poder estatal o en su expresión descentralizada convencional, “que no es sino una forma de alargar la correa del perro”, pero con el matiz indicado desde la misma perspectiva teórica, de que la gente no está en ánimo de revuelta popular, sino de rebelión política, de insurgencia pacífica. No se prepara a la guerra civil, sino a la paz transformadora.
José Nuñez del Prado
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- “Pueblos originarios en lucha por las autonomías. Experiencias de desafíos en América Latina” (versión PDF, español, 274 páginas).

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