Por Omar García
A UN AÑO AQUÍ MI ESCRITO
¡AYOTZINAPA ARENGA!
El 26 de septiembre de 2014 fueron los gritos de indignación y de impotencia haciéndole frente a los disparos de policías y militares.
Al día siguiente fueron los gritos de los padres que junto a los estudiantes y abogados en aquella Normal Rural se ponían de acuerdo para ir a buscarlos a Iguala.
Se hallaba también la población de los alrededores y la que escuchó a través de las noticias lo ocurrido.
No era la primera vez que ocurría, y al día siguiente del acontecimiento asumieron que tampoco sería la última.
Tampoco eran ellos los únicos luchando, había más desde hacía años por las mismas razones y otros por razones distintas.
Solo por eso se encontraban en una disyuntiva: caminar solos o acompañarse de un México dolido y con deseos de transformarse.
Igual que otros movimientos, los padres de familia, cuyos hijos desaparecidos eran también hijos de Ayotzinapa, afirmaron a México y al mundo que sus #43 muchachos no eran los únicos desaparecidos en el país, que igual que ellos había miles y miles de familias sufriendo el mismo dolor.
Y no se limitaron a eso, expresaron también que la desaparición forzada no es el único problema en el país, sino que hay miles de problemas que el Estado no puede ni quiere resolver.
En ese espíritu desde principios de octubre se llamó a organizaciones e individuos del país a participar en un gran movimiento que buscara primordialmente a nuestros #43, pero también para trasformar el país. Para garantizar que aquel grito que el gobierno pretendía aislar, se extendiera por todo el territorio nacional y de ser posible, al mundo entero.
Para eso, pero también para que no fuera solamente el grito de unos, sino el grito de todos y todas, y para que no fuera solo un grito de indignación, sino un quehacer organizativo; para que aquello que no había empezado como un movimiento por trasformar el país tuviera la posibilidad de convertirse en eso, un movimiento incluyente donde quienes se identificaran estuvieron llamados a conformar la Asamblea Nacional Popular (ANP) y quienes no lo hicieran supieran que estábamos dispuestos a caminar sin ponernos obstáculos entre nosotros, pues el enemigo no son los movimientos, sino el sistema.
Y fue tan grande su rabia, su dignidad y su apreciación de la realidad social del país; fue tan hábil su actuar que cuando el gobierno vino con su primera mentira el 5 y 6 de octubre, ellos no se dejaron engañar y mostraron al mundo su primera enseñanza: DESCONFIAR DEL ESTADO: ante la afirmación de que aquellos 28 cuerpos encontrados en cinco fosas de Iguala ellos LLAMARON A PERITOS INDEPENDIENTES, cuyos análisis dieron al traste con la primera mentira.
La burla del Estado y su incapacidad para investigar y resolver problemas se hizo evidente a los ojos de la población nacional e internacional; su “credibilidad” se vino abajo. Intentaron criminalizarlos, dividirlos, resignarlos, pero no lo lograron. Atacaron vilmente a quienes nos solidarizamos con su lucha, pero no nos vencieron.
Luego vinieron con su MENTIRA HISTÓRICA y los familiares de los #43 y el movimiento soportaron el dolor de ver cómo muchos creyeron a Murillo Karam; tuvieron que esperar casi ocho meses para derrumbar esa mentira con la intervención y el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI).
Con cada golpe que ellos daban, el movimiento les propinaba otro en respuesta. Y miles y miles de personas se identificaron con unas víctimas de desaparición forzada que no supieron darle lástima a nadie, sino que levantaron la frente y emprendieron una búsqueda que lejos está de terminarse.
Y nos hablaron fuerte. Y al hacerlo, México y el mundo comenzó a hablar fuerte también. Porque no era una mentira lo que los padres decían al mundo, no se inventaron que en México la situación para el pueblo iba de mal en peor.
Ellos nos recordaron el 68, el 71, Acteal, Aguas blancas, el Charco, Atenco, Pasta de Conchos, Guardería ABC, las muertas de Juárez, Tlatlaya… y nos anunciaba Apatzingán, San Quintín, Tanhuato, Ostula, San Francisco Xochicuautla, la Narvarte… La Casa Blanca, el despido de Aristegui…
Nos sacudieron la cabeza y supimos de la corrupción, de la impunidad, del narcoestado que no permite la manifestación y la crítica; que lo mismo asesina a estudiantes y maestros, a intelectuales y periodistas; a hombres y mujeres, que trata con niños y niñas.
Nos hablaron de la descomposición de las relaciones sociales, a nivel macro social, pero también a nivel micro; nos dijeron que nuestro silencio era cómplice de tanta muerte. Nos motivaron a salir por millares a las calles, algunos con experiencia previa, otros por primera vez; algunos con las formas tradicionales de protesta, otros con la música, el teatro, el arte en general y así sensibilizaron a miles más. Poco a poco asumimos que la situación debe cambiar.
Todo eso resumido y al mismo tiempo extendido en las páginas de un año de lucha.
Pudimos ver que en la voz de los padres estaban no solo sus hijos desaparecidos, sino también el México perdido que comenzaba a encontrarse en los ojos de unos padres y estudiantes campesinos.
Por eso su voz y su lucha ya no les pertenecían, sino que era lo que “muchos queríamos decir y no podíamos”; lo que muchos ya gritaban y el resto ignoraba.
La voz y la lucha de los padres pasó a ser la lucha multisectorial, la de los miles de individuos con sus problemas diversos, con sus diversas formas de afrontarlos, con sus vías diversas.
Hoy más que nunca debe quedarnos claro que no puede haber luchas aisladas, porque al aislarse se vuelven anónimas, lejanas, fáciles de derrotar.
El caso Ayotzinapa nos advierte categóricamente lo siguiente: SI UN PROBLEMA TAN AMPLIAMENTE DIFUNDIDO Y SOLIDARIZADO NO HA SIDO RESUELTO, MUCHO MENOS TENDRÁN POSIBILIDAD DE SER RESUELTOS AQUELLOS QUE CASI NO SE VEN Y QUE CASI NADIE CONOCE Y, LO QUE ES PEOR, AQUELLOS CON LOS QUE ES DIFÍCIL SIMPATIZAR E IDENTIFICARSE.
Porque Ayotzinapa nos enseña que estamos ante un adversario poderoso y sin vergüenza, sin principios y sin humanidad. Porque de Ayotzinapa se supo en cada rincón de este país, se supo en el mundo entero y no por eso se ha resuelto el problema de las desapariciones forzadas.
Lo que nos enseña en fin no es nada nuevo, es lo que muchas organizaciones e individuos han venido afirmando años atrás, lo que nos dicen, aunque con matices distintos, los zapatistas, Cherán, las Policías comunitarias, los medios libres, Oaxaca, la Constituyente Ciudadana, Michoacán, la tribu Yaqui, etc.
Pero debe quedarnos claro que no basta todo lo hecho. Que no basta el grito. Que no bastan las intenciones. Porque no somos todos ni esto es todo, queda mucho por hacer todavía…
Las investigaciones no avanzan, no hay nadie que se haga responsable, no han aparecido nuestros compañeros, las desapariciones, la violencia, la corrupción y la manipulación continúan.
Ahí están los partidos y el gobierno, ahí está el enorme aparato de los medios de comunicación y parte de la población que los sigue y legitima.
Ahí estamos todos nosotros frente a ellos, retomando el vuelo, tomando el artículo 39 en nuestras manos y en nuestros corazones y manifestando nuestra posición como organizaciones y mexicanos de a pie que queremos participar en los procesos de cambio.
Es Ayotzinapa el punto de no retorno, la coyuntura que no termina, el factor que nos une, la posibilidad de articular la lucha, de entablar relaciones con las fuerzas políticas y sociales del país que difieren en las formas, pero no en los objetivos.
Quienes participamos y hemos acompañado a los familiares de los #43 desaparecidos de Ayotzinapa sabemos y proclamamos nuestra solidaridad hasta que los estudiantes aparezcan, hasta garantizar que hechos como los de Iguala hace exactamente un año no vuelvan a repetirse, es decir, hasta cambiar la forma de gobierno de nuestro país.
A un año les decimos fuerte que NO DESCANSAREMOS HASTA ENCONTRARLOS.
¡PORQUE VIVOS SE LOS LLEVARON!
¡VIVOS LOS QUEREMOS!
¡AYOTZINAPA ARENGA!
El 26 de septiembre de 2014 fueron los gritos de indignación y de impotencia haciéndole frente a los disparos de policías y militares.
Al día siguiente fueron los gritos de los padres que junto a los estudiantes y abogados en aquella Normal Rural se ponían de acuerdo para ir a buscarlos a Iguala.
Se hallaba también la población de los alrededores y la que escuchó a través de las noticias lo ocurrido.
No era la primera vez que ocurría, y al día siguiente del acontecimiento asumieron que tampoco sería la última.
Tampoco eran ellos los únicos luchando, había más desde hacía años por las mismas razones y otros por razones distintas.
Solo por eso se encontraban en una disyuntiva: caminar solos o acompañarse de un México dolido y con deseos de transformarse.
Igual que otros movimientos, los padres de familia, cuyos hijos desaparecidos eran también hijos de Ayotzinapa, afirmaron a México y al mundo que sus #43 muchachos no eran los únicos desaparecidos en el país, que igual que ellos había miles y miles de familias sufriendo el mismo dolor.
Y no se limitaron a eso, expresaron también que la desaparición forzada no es el único problema en el país, sino que hay miles de problemas que el Estado no puede ni quiere resolver.
En ese espíritu desde principios de octubre se llamó a organizaciones e individuos del país a participar en un gran movimiento que buscara primordialmente a nuestros #43, pero también para trasformar el país. Para garantizar que aquel grito que el gobierno pretendía aislar, se extendiera por todo el territorio nacional y de ser posible, al mundo entero.
Para eso, pero también para que no fuera solamente el grito de unos, sino el grito de todos y todas, y para que no fuera solo un grito de indignación, sino un quehacer organizativo; para que aquello que no había empezado como un movimiento por trasformar el país tuviera la posibilidad de convertirse en eso, un movimiento incluyente donde quienes se identificaran estuvieron llamados a conformar la Asamblea Nacional Popular (ANP) y quienes no lo hicieran supieran que estábamos dispuestos a caminar sin ponernos obstáculos entre nosotros, pues el enemigo no son los movimientos, sino el sistema.
Y fue tan grande su rabia, su dignidad y su apreciación de la realidad social del país; fue tan hábil su actuar que cuando el gobierno vino con su primera mentira el 5 y 6 de octubre, ellos no se dejaron engañar y mostraron al mundo su primera enseñanza: DESCONFIAR DEL ESTADO: ante la afirmación de que aquellos 28 cuerpos encontrados en cinco fosas de Iguala ellos LLAMARON A PERITOS INDEPENDIENTES, cuyos análisis dieron al traste con la primera mentira.
La burla del Estado y su incapacidad para investigar y resolver problemas se hizo evidente a los ojos de la población nacional e internacional; su “credibilidad” se vino abajo. Intentaron criminalizarlos, dividirlos, resignarlos, pero no lo lograron. Atacaron vilmente a quienes nos solidarizamos con su lucha, pero no nos vencieron.
Luego vinieron con su MENTIRA HISTÓRICA y los familiares de los #43 y el movimiento soportaron el dolor de ver cómo muchos creyeron a Murillo Karam; tuvieron que esperar casi ocho meses para derrumbar esa mentira con la intervención y el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI).
Con cada golpe que ellos daban, el movimiento les propinaba otro en respuesta. Y miles y miles de personas se identificaron con unas víctimas de desaparición forzada que no supieron darle lástima a nadie, sino que levantaron la frente y emprendieron una búsqueda que lejos está de terminarse.
Y nos hablaron fuerte. Y al hacerlo, México y el mundo comenzó a hablar fuerte también. Porque no era una mentira lo que los padres decían al mundo, no se inventaron que en México la situación para el pueblo iba de mal en peor.
Ellos nos recordaron el 68, el 71, Acteal, Aguas blancas, el Charco, Atenco, Pasta de Conchos, Guardería ABC, las muertas de Juárez, Tlatlaya… y nos anunciaba Apatzingán, San Quintín, Tanhuato, Ostula, San Francisco Xochicuautla, la Narvarte… La Casa Blanca, el despido de Aristegui…
Nos sacudieron la cabeza y supimos de la corrupción, de la impunidad, del narcoestado que no permite la manifestación y la crítica; que lo mismo asesina a estudiantes y maestros, a intelectuales y periodistas; a hombres y mujeres, que trata con niños y niñas.
Nos hablaron de la descomposición de las relaciones sociales, a nivel macro social, pero también a nivel micro; nos dijeron que nuestro silencio era cómplice de tanta muerte. Nos motivaron a salir por millares a las calles, algunos con experiencia previa, otros por primera vez; algunos con las formas tradicionales de protesta, otros con la música, el teatro, el arte en general y así sensibilizaron a miles más. Poco a poco asumimos que la situación debe cambiar.
Todo eso resumido y al mismo tiempo extendido en las páginas de un año de lucha.
Pudimos ver que en la voz de los padres estaban no solo sus hijos desaparecidos, sino también el México perdido que comenzaba a encontrarse en los ojos de unos padres y estudiantes campesinos.
Por eso su voz y su lucha ya no les pertenecían, sino que era lo que “muchos queríamos decir y no podíamos”; lo que muchos ya gritaban y el resto ignoraba.
La voz y la lucha de los padres pasó a ser la lucha multisectorial, la de los miles de individuos con sus problemas diversos, con sus diversas formas de afrontarlos, con sus vías diversas.
Hoy más que nunca debe quedarnos claro que no puede haber luchas aisladas, porque al aislarse se vuelven anónimas, lejanas, fáciles de derrotar.
El caso Ayotzinapa nos advierte categóricamente lo siguiente: SI UN PROBLEMA TAN AMPLIAMENTE DIFUNDIDO Y SOLIDARIZADO NO HA SIDO RESUELTO, MUCHO MENOS TENDRÁN POSIBILIDAD DE SER RESUELTOS AQUELLOS QUE CASI NO SE VEN Y QUE CASI NADIE CONOCE Y, LO QUE ES PEOR, AQUELLOS CON LOS QUE ES DIFÍCIL SIMPATIZAR E IDENTIFICARSE.
Porque Ayotzinapa nos enseña que estamos ante un adversario poderoso y sin vergüenza, sin principios y sin humanidad. Porque de Ayotzinapa se supo en cada rincón de este país, se supo en el mundo entero y no por eso se ha resuelto el problema de las desapariciones forzadas.
Lo que nos enseña en fin no es nada nuevo, es lo que muchas organizaciones e individuos han venido afirmando años atrás, lo que nos dicen, aunque con matices distintos, los zapatistas, Cherán, las Policías comunitarias, los medios libres, Oaxaca, la Constituyente Ciudadana, Michoacán, la tribu Yaqui, etc.
Pero debe quedarnos claro que no basta todo lo hecho. Que no basta el grito. Que no bastan las intenciones. Porque no somos todos ni esto es todo, queda mucho por hacer todavía…
Las investigaciones no avanzan, no hay nadie que se haga responsable, no han aparecido nuestros compañeros, las desapariciones, la violencia, la corrupción y la manipulación continúan.
Ahí están los partidos y el gobierno, ahí está el enorme aparato de los medios de comunicación y parte de la población que los sigue y legitima.
Ahí estamos todos nosotros frente a ellos, retomando el vuelo, tomando el artículo 39 en nuestras manos y en nuestros corazones y manifestando nuestra posición como organizaciones y mexicanos de a pie que queremos participar en los procesos de cambio.
Es Ayotzinapa el punto de no retorno, la coyuntura que no termina, el factor que nos une, la posibilidad de articular la lucha, de entablar relaciones con las fuerzas políticas y sociales del país que difieren en las formas, pero no en los objetivos.
Quienes participamos y hemos acompañado a los familiares de los #43 desaparecidos de Ayotzinapa sabemos y proclamamos nuestra solidaridad hasta que los estudiantes aparezcan, hasta garantizar que hechos como los de Iguala hace exactamente un año no vuelvan a repetirse, es decir, hasta cambiar la forma de gobierno de nuestro país.
A un año les decimos fuerte que NO DESCANSAREMOS HASTA ENCONTRARLOS.
¡PORQUE VIVOS SE LOS LLEVARON!
¡VIVOS LOS QUEREMOS!
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