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23 jun 2013

¿Qué nos grita la justicia burguesa a un año del asesinato de cinco compañeros yukpas?


Alexander Fernández
Alexander Fernández

Repica mi celular en un atestado vagón del Metro, y oigo la voz de Anita que me llama desde Machiques. “Era para recordarte que mañana se cumple un cabo de año de la muerte de Alexander… Estoy llamando a toda nuestra gente para que lo recuerde. Nosotros aquí nos vamos a reunir”
Anita no sabe con qué recio dolor se me clavan sus palabras en mi mente. Sí, un año exacto del asesinato de Alexander, José Luis y Leonel. También en abril, Wilfredo y Lorenzo Romero cumplieron un año de asesinados; y sus victimarios, un año de impunidad.
Pero la llamada de Anita, confiando en nosotros −sus aliados− el poder del recuerdo, me aguijonea el espíritu y me alerta sobre este ritual de muerte que se ha cernido sobre la lucha de nuestros hermanos yukpa. Ritual terrible que nuestro grupo no ha podido vencer, aislado e invisibilizado por esta absurda descendencia mestiza de colonizadores que no renuncia al poder destructor de su herencia europea, y que ve en el indígena un estorbo para planes patrioteros, en los cuales a la “patria” se le abre el vientre y se le succiona todos sus minerales para llegar a la categoría de potencia energética. Aquella bella sentencia del cantor falconiano Alí Primera de que la patria es el hombre… el indio, el campesino y el obrero, sólo formaba parte del material de utilería.
Carmen Fernández, “Anita”, la cacica kuse, muestra una resistencia de roble frente a todas las adversidades con que la vida la ha puesto a prueba. Alexander es el segundo de los hijos que pierde en la lucha por la tierra que ocupaban sus ancestros. Con él se fueron los sueños por la siembra del cacao, y la posibilidad de una existencia digna para la familia Fernández.
A Alexander se lo arrebataron una noche aciaga del 23 de junio del 2012 cuatro sicarios encapuchados que se ensañaron terriblemente con su cuerpo, y que luego le dispararon sendos balazos en sus ojos. No le perdonaban su apoyo irrestricto a la dignidad del pueblo yukpa encarnada en su líder Sabino Romero Izarra. Pretendieron conjurar su mirada, apagar la luz de los limpios ojos de Alexander, quien moribundo aún frente a su madre, tuvo fuerzas para revelar el nombre de sus victimarios.
Pero… ¿de qué vale la palabra de una mujer yukpa frente al poder de un ganadero de la zona y el apoyo de una guardia nacional y una policía que responden al apremio del dinero? Ni una orden de protección emanada de la Fiscalía pudo hacer efectiva Anita, pues cuando llegó con el documento ante las autoridades jurisdiccionales, los funcionarios se burlaron de ella y le aseguraron que se beberían la sangre de todos sus hijos. Los encargados de custodiarla – tal y como ocurrió con Sabino− eran corresponsables del asedio y la persecución que sufrían ellos y toda su gente. Por eso oímos con especial indignación las sonsas declaraciones de la Fiscal General de la Nación frente a las cámaras de VTV diciendo que el ciudadano Sabino Romero Izarra actuó en forma irresponsable (¡no era consciente del peligro que corría!) porque “no quería aceptar la protección ordenada por Fiscalía”.
El año pasado, el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Ilegales de la ONU se pronunció en torno a la violación de los derechos humanos a Sabino Romero y Alexander Fernández y sobre la sistemática violación de los derechos del pueblo yukpa desde el año 2007, período en el cual han perdido la vida, han sido heridos y sometidos a maltratos hasta la fecha. Una Comisión Especial de Derechos Indígenas de ese mismo organismo, a cargo de James Amaya, solicitó a la República Bolivariana de Venezuela que se aplicara una Medida de Protección. Paradójicamente Sabino y Alexander fueron encarcelaron injustamente durante dos años, y todas las instituciones −incluso un ministerio creado para protegerlos− en componenda miserable, se encargaron de facilitar el fenómeno del sicariato sobre estos compañeros.
Carmen Fernández, la cacica “Anita” sabe que en cualquier momento ella puede ser la próxima víctima, conoce muy bien que se encuentra a merced de la clemencia de sus verdugos, los cuales no accionan porque en este país –aunque las leyes digan lo contrario− se desestiman las declaraciones de los indígenas. Si algún atisbo de castigar a los culpables de las muertes de los hijos de Carmen hubiese sido percibido por sus asesinos, de seguro que ya esa aguerrida mujer estaría muerta. Pero ellos saben que tienen en los órganos jurisdiccionales de la zona, sus mejores escudos. Garantes de una impunidad que se cierne no sólo sobre nuestros pueblos originarios, sino sobre los líderes sociales, campesinos y obreros en lucha.
La voz de Anita se apaga, golpeada por un túnel que nos incomunica. Y la llamo en cuanto salgo del subterráneo para decirle que jamás olvidaremos a Alexander, ni a ninguno de los compañeros ni guerreros vilmente asesinados, y que seguimos siendo sus aliados. Pero mi conciencia no se aquieta con la palabra y sigue urgida de justicia, única acción sanadora para no seguir viendo morir a mis compañeros, para no seguir enterrando en un supuesto escenario democrático a los líderes de movimientos de pueblos originarios y colectivos sociales decididos a transitar verdaderamente por senderos revolucionarios.
¡Honor y gloria a la memoria de Alexander Fernández! ¡No sólo este día te recordaremos, compañero! ¡No sólo este día tu gente hará de tu desaparición física y la de tus compañeros, un ritual de fuerza y resistencia para tu pueblo! ¡No sólo este día nos punzará la urgencia de la rebeldía! ¡No sólo este día, Alexander! ¡Lo juramos!
 Por Gladys Emilia Guevara

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